La Cruz



Camino en uno de los bosques del planeta tierra osádicamente, sin protección alguna, levanto un poco de polvo semihúmedo, al parecer hace poco que llovió. El olor de la tierra que tenía en mis manos me pareció magnífico.

En este mundo, la humanidad ha deexistido. No hay ciudades, en su lugar, sólo se extienden miles y miles de quilómetros de bosque y selva que cubren escombros de lo que quizá fue el producto de una inteligencia regresiva; una inteligencia involucional.


A mi derecha veo volar seres que parecen una mezcla de ave y papel arrugado, viajan en parva, en formación; parecen seres con criterio. Esta especie viaja en dirección de donde comienza el día, donde sale un solo sol, una estrella casi diminuta, pero calienta suficiente para no derogar el decreto de la vida en éste mundo.




Más adelante, donde termina la acumulación de árboles y solo hay peñascos grandes y puntiagudos, veo levantarse un gran madero. Es imposible subir, subir hasta donde está aquél hombre gritando de dolor, pero como dejar morir al único ser que me puede decir lo que ha pasado con la gente; así que me acerco al madero para ver claramente al hombre.

Lo veo. El hombre tiene sus manos extendidas en dirección opuesta una de otra, de su cabeza salen cuernos, quizá debo asemejarlo más a espinas que brotan de la cefalea. Sangran sus manos, su cabeza, sus pies.

Subiré, le ayudaré. Me pregunto quién lo habrá puesto allá arriba. Sin embargo, no hay mas seres humanos, es como si aquel agonizante se hubiese colgado por su propia cuenta, como si estuviera consciente de lo que pasará, es decir, como si ya fuese de su conocimiento que yo estoy de pie frente a su agonía.



Debo ayudarlo. Debo ayudarlo…

Lo haré, yo lo auxiliaré.

Me acerco, escalo aquel madero, subo, subo y subo. Mientras más subo, más alto está el madero, ahora mis pies están muy lejos del suelo, y más cerca del hombre que sufre.

Escucho, lo que es el peor de los anuncios, agonía, el más fuerte grito que haya percibido jamás.




Tres gritos mas lo acompañan.




¡Debo ayudarlo, lo haré!



Mis manos están más cerca de sus pies, tanto que lo veo perfectamente. Emana sangre de aquellas espinas que salen del interior de su cráneo en contra de su voluntad, el liquido cubre la madera, recorre sus pies, los alcanzo, y los toco.




Veo su sufrimiento y su dolor, estoy en su lugar y él en el mío. Y me cuenta su historia. El, al parecer, es todos, todos los hombres, toda la humanidad, toda inteligencia, toda creencia; él es toda voluntad, todo poder, todo orgullo y pulcritud, toda sentencia.

Todo esto es él; El es éste mundo, no hay nada ni nadie más que aquel hombre, bañándome de sangre.

Me resbalo y caigo, al infinito, pero eso ya no importa, aquel hombre me dijo todo lo que quise saber, ahora lo sé todo sin palabras, ahora lo entiendo.

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