Sus manos se convertían en puños llenos de dolor y amargura, llenos de indignidad de una mujer, llenos de vergüenza y deshonra.
La noche era ya avanzada y muy oscura, pues no se hallaba luna que alumbrase su desnudez.
No lo merecía. Nunca hizo algo para provocar ni merecer tal crimen, nunca invadió el lecho ajeno, ni siquiera conoció varón antes de tal infamia.
Se odiaba, se llenaba de vergüenza al sentir a aquel perverso entrar en ella, aborrecía a esa carne corrompida que se hallaba sobre ella, aborrecía su hedor y su peso. ¿Y quien no lo hubiese hecho?
Su mente estaba trastornada. El dolor seguía, lo sentía desde muy adentro, lloraba. No habló, no pidió misericordia, pues no pudo hacerlo, su boca estaba rota, su garganta estaba cerrada por causa de aquella mano que la oprimía, apenas podía respirar.
En aquel momento era la mujer mas miserable de las miserables, la más vil y repugnante, por el simple hecho de haber sido agredida por un hijo de perdición.
¿Y quien se acercó a socorrerla en aquel momento? Nadie lo hizo, la veían tirada frente a aquellos cartones que usaban los pordioseros para protegerse del frio. Allí donde el perverso la tiró después de haber podido oler su aroma de mujer.
La mujer no se levantaba, no porque le fuera difícil sino porque deseaba morir tirada frente a los cartones que atestiguaban su dolor. Su pobre vida hasta ese momento estaba transcurriendo varias veces dentro de su cabeza, tratando ella de descifrar el porqué de su vergüenza, llegando a una triste e insoportable conclusión.
Sus mejillas se gastaron de llorar, su voz se acabó, sus parpados se hincharon. Su carne apestaba, quería morir, quería dejar su existencia en este mundo, quería perder toda noción de tiempo o de ubicación, quería hundirse en el olvido. Lo que los hombres llaman olvido e inexistencia, aquel mundo donde la memoria se pierde, donde no hay genero ni distinción, porque donde no hay conciencia, no hay razonamiento, no hay nada.
Su vida fastidiaba a los que la conocían, era tan limpia en todo lo que hacia, tan incorruptible, no se halla corazón como el de aquella joven, nadie tiene esa integridad que sólo en ella posaba, como un ser al que le agradó aquella miserable conocida como mujer.
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